Espantapájaro
Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades.
En mí, la personalidad es una especie de furunculosis anímica en estado crónico de erupción; no pasa media hora sin que me nazca una nueva personalidad.
Desde que estoy conmigo misma, es tal la aglomeración de las que me rodean, que me resulta prácticamente imposible lograr un momento de tregua, de descanso...
Aun más imposible descubrir cual es la verdadera!!
El hecho de que se hospeden en mi cuerpo es suficiente para enfermarse (y enfermarme) de indignación. Ya que no puedo ignorar su existencia, quisiera obligarlas (por lo menos) a que se oculten en los repliegues más profundos de mi cerebro. Pero son de una petulancia... de un egoísmo... de una falta de tacto...
Hasta las personalidades más insignificantes se dan aires de Titanic. Todas, sin ninguna clase de excepción, se consideran con derecho a manifestar un desprecio olímpico por las otras, y naturalmente, hay peleas, conflictos de toda especie, discusiones que no terminan nunca. En vez de contemporizar, ya que tienen que vivir juntas, ¡pues no señor!, cada una pretende imponer su voluntad, sin tomar en cuenta las opiniones y los gustos de las demás.
Si alguna tiene una ocurrencia, que me hace reír a carcajadas, en el acto sale cualquier otra, proponiéndo que me encierre a llorar a cántaros. Ni bien aquélla desea que me acueste con todos los hombres de Capital Federal y Gran Buenos Aires, ésta se empeña en demostrarme las ventajas de la abstinencia (o la monogamia), y mientras una abusa de la noche, las amigas y el alcohol (sin dejarme dormir hasta la madrugada) la otra me despierta con el amanecer y exige "a las 8 arriba".
Mi vida resulta (así) una preñez de posibilidades que no se realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas que se entrechocan y se destruyen mutuamente. El hecho de tomar la menor determinación me cuesta tanto, me genera tal número de dificultades...
Antes de cometer el acto más insignificante necesito poner tantas personalidades de acuerdo, que prefiero renunciar a cualquier cosa y esperar que se extenúen discutiendo lo que han de hacer con mi persona, para tener, al menos, la satisfacción de mandarlas a todas juntas a la mierda.
PD: Oliverio... me tomé el atrevimiento, y te pido disculpas, pero no puedo prometerte que no vuelva a suceder.
En mí, la personalidad es una especie de furunculosis anímica en estado crónico de erupción; no pasa media hora sin que me nazca una nueva personalidad.
Desde que estoy conmigo misma, es tal la aglomeración de las que me rodean, que me resulta prácticamente imposible lograr un momento de tregua, de descanso...
Aun más imposible descubrir cual es la verdadera!!
El hecho de que se hospeden en mi cuerpo es suficiente para enfermarse (y enfermarme) de indignación. Ya que no puedo ignorar su existencia, quisiera obligarlas (por lo menos) a que se oculten en los repliegues más profundos de mi cerebro. Pero son de una petulancia... de un egoísmo... de una falta de tacto...
Hasta las personalidades más insignificantes se dan aires de Titanic. Todas, sin ninguna clase de excepción, se consideran con derecho a manifestar un desprecio olímpico por las otras, y naturalmente, hay peleas, conflictos de toda especie, discusiones que no terminan nunca. En vez de contemporizar, ya que tienen que vivir juntas, ¡pues no señor!, cada una pretende imponer su voluntad, sin tomar en cuenta las opiniones y los gustos de las demás.
Si alguna tiene una ocurrencia, que me hace reír a carcajadas, en el acto sale cualquier otra, proponiéndo que me encierre a llorar a cántaros. Ni bien aquélla desea que me acueste con todos los hombres de Capital Federal y Gran Buenos Aires, ésta se empeña en demostrarme las ventajas de la abstinencia (o la monogamia), y mientras una abusa de la noche, las amigas y el alcohol (sin dejarme dormir hasta la madrugada) la otra me despierta con el amanecer y exige "a las 8 arriba".
Mi vida resulta (así) una preñez de posibilidades que no se realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas que se entrechocan y se destruyen mutuamente. El hecho de tomar la menor determinación me cuesta tanto, me genera tal número de dificultades...
Antes de cometer el acto más insignificante necesito poner tantas personalidades de acuerdo, que prefiero renunciar a cualquier cosa y esperar que se extenúen discutiendo lo que han de hacer con mi persona, para tener, al menos, la satisfacción de mandarlas a todas juntas a la mierda.
PD: Oliverio... me tomé el atrevimiento, y te pido disculpas, pero no puedo prometerte que no vuelva a suceder.